miércoles, 5 de agosto de 2015

Luz íntima



 
Como si estuviera en el país de la magia,
como una nota sin tono
sueñan los nombres
en la memoria.

¿Cómo descifro el juego sagrado en el cuerpo?

Tomo consciencia de la locura de los dioses,
del temblor en mi corazón
que al abrir el lugar de su intimidad
(ese recinto hermético) se adentra
en lo que vaga afuera, para hacerlo suyo
y ofrecérmelo.

Libro nítido



 Una llavecita extraviada en la memoria. No hay congoja sino tiras de recuerdo entrecortadas en el desbande del tiempo.
En la esquina abandonada del pueblo, un quinotero rebelde se abraza a las paredes picoteadas. Mi abuela está parada contra la planta, en el derrumbe de la luz.
¿Qué mira si no puede mirar? Tal vez el silencio.

Muerte demorada




¿Qué silencio podrá ser este silencio, que frío este frío que agujerea los labios?
Aquí no hay voces. Sólo pasos solapados en la mitad del páramo.
El sesgo de la luz acaricia los bordes de la sombra y el cazador se detiene cuando ve al alce perderse en la curva del horizonte. Piensa: “¿Estaré en lo cierto al pergeñar la distancia?”. Se baja del trineo.
Las huellas de las botas al clavarse en el hielo lo astillan y producen figuras azules.
El hombre tiene algo de miedo cuando caen desde el cielo blanco ráfagas de agua que se convertirán en nieve. Sube al trineo, acelera la marcha y de cara al paisaje sabe que él también pertenece a la intemperie.