Inquieta por la
tormenta me senté al amparo de un plátano añoso. No sabía que los árboles
atraen los rayos.
A unos metros
divisé los cuerpos inertes de tres pájaros caídos por el temporal.
Enternecida, dejé
atrás la atmósfera agitada del día y en un arrebato me arrastré con mis botines
embarrados hasta ellos. Tienes que enterrarlos me dijo otro pájaro y supuse que
los cuerpitos querían tierra y hojas. Pensé: está todo bien, ellos no tienen
pretensiones.
Ya no escuchaba
los truenos. Sólo estaba sorprendida por la muerte, tan quieta. Tal vez ellos
querían ser enterrados de otra manera; entonces deshice mi mochila para
convertirla en ataúd.
*de El revés de la luz, Buenos Aires, Alción Editoria, 2014
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